El propósito
Una de mis tareas habituales como inspector de educación es la visita al aula. Tras casi ocho años en la inspección, he visitado a más de 200 compañeros y compañeras de diversas etapas educativas: infantil, primaria, ESO, bachillerato, FP y centros específicos de educación especial. Me atrevo a afirmar que la recomendación más recurrente que realizo después de cada visita es la importancia del propósito, es decir, del objetivo de aprendizaje.
Suelo plantear preguntas como: «¿Qué se pretende con esta actividad? ¿Qué objetivo de aprendizaje subyace a esta propuesta pedagógica? ¿Qué se busca evaluar con esta pregunta?»...
No hay viento favorable para el que no sabe a dónde va. Séneca
Como demuestra John Hattie en «Aprendizaje visible», el propósito es uno de los factores con mayor impacto en el aprendizaje del alumnado. En este sentido, insisto en la importancia de definir objetivos de aprendizaje claros y diseñar las situaciones de aprendizaje en función de este propósito. A nivel formal, el propósito de aprendizaje suele estar vinculado a uno o varios criterios de evaluación del currículo, contextualizados en una competencia específica o resultado de aprendizaje, según la etapa educativa correspondiente.
Los adornos
Jerome Bruner subraya la importancia de recorrer un camino con sentido para lograr un aprendizaje significativo. Aprender no consiste simplemente en acumular información aislada. Recorrer este camino con sentido en el proceso de enseñanza-aprendizaje se asemeja a contar una historia: introducción, situación problemática, desarrollo de la solución...
Seguramente coincidirás conmigo en que, independientemente de la historia, la persona que la cuenta también es muy importante, a veces determinante. Enseñar no se limita a aplicar técnicas eficaces y estrategias educativas. Requiere compromiso con el alumnado: cuidado, responsabilidad y sensibilidad. Como afirma Joan Vaello en «El profesor emocionalmente competente», una buena enseñanza exige un profesorado preocupado por hacerlo bien, a pesar de las dificultades.
Para que el alumnado construya su conocimiento, Bruner propone transitar por tres modos de representación:
- La enactiva, basada en la acción: hacer, tocar, manipular.
- La icónica, apoyada en imágenes: diagramas, dibujos, mapas mentales... para organizar la información visualmente.
- La simbólica, la más abstracta de las tres, que emplea palabras, números y fórmulas.
No se trata de utilizar un modo u otro de forma aislada, sino de transitar cuidadosamente por todos ellos hasta alcanzar la representación más abstracta.
El mensaje
Por lo tanto, no se trata de proponer actividades sin un fin claro, pensando que la actividad es el objetivo en sí misma. Es fundamental tener un propósito, un objetivo de aprendizaje definido. También debemos conectar con el alumnado y diseñar estrategias que permitan construir el conocimiento de manera significativa. Recuerda que la actividad es el medio para el aprendizaje.
Como docentes, debemos esforzarnos por construir una secuencia coherente que integre la acción, la imagen y la abstracción, teniendo siempre presente que lo verdaderamente importante no es lo que enseñamos, sino cómo lo experimenta quien aprende.
El conocimiento no se transmite del docente al alumnado como si llenáramos una botella con agua. El aprendizaje real ocurre cuando el alumnado reconstruye el conocimiento por sí mismo, desde su interior. Aquí entra en juego el aprendizaje por descubrimiento guiado, en el que el profesorado facilita que el alumnado no parta de cero y actúa como guía en el proceso de aprendizaje. Para ello:
Debemos comenzar con experiencias concretas (enactiva), continuar con representaciones visuales (icónica) y avanzar hacia la abstracción (simbólica), utilizando una narrativa adecuada y conectando emocionalmente con el alumnado para alcanzar un objetivo de aprendizaje específico (propósito).
¡Difícil, pero retador!
Feliz finde.
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