Tal y como ya avancé AQUÍ, en 2023 me he propuesto leer, al menos, un par de libros relacionados con la sostenibilidad.

La semana pasada terminé el primero de ellos:

Ha sido una recomendación de Bárbara, una compañera de trabajo, experta y MUY MUY coherente con esta importantísima y esencial temática. El libro me ha encantado y me ha provocado una gran disonancia cognitiva.

La obra se estructura en cinco capítulos:

  1. Ecofeminismos: recuperar el mundo en torno a la sostenibilidad de la vida.
  2. La guerra contra la vida.
  3. Criticar nuestra propia cultura.
  4. Educar para la sostenibilidad de la vida.
  5. Herramientas para ponernos en marcha.

Yayo Herrero, la autora, utiliza un estilo cercano y de fácil lectura. Ahora bien, a pesar de ser un libro de lectura ágil, fundamenta muchísimo sus argumentos, con nada más y nada menos que 10 páginas de bibliografía en una obra de apenas 169 páginas.

Los cinco capítulos están entrelazados y se complementan, pero también pueden leerse de manera independiente. Personalmente me gustó muchísimo el tercer capítulo: «Criticar nuestra propia cultura». Precisamente este tercer capítulo es el objeto del post de hoy.

Vamos al lío...


Un falso abismo entre la cultura y la naturaleza

«La supervivencia de las sociedades humanas depende más de estas tareas invisibles [capacidad productiva del terreno, mediación en conflictos, transmisión de saberes sobre salud...] y poco valoradas que de esas otras mucho más visibles que son consideradas importantes». YAYO HERRERO

Yayo realiza un breve recorrido histórico en el que nos recuerda diferentes planteamientos que han ido condicionando nuestro entendimiento cultural. Referencia la idea de «castigo y dominación» del mito de «Adán y Eva». Nos recuerda el planteamiento dicotómico de Platón entre el «mundo de las ideas y el mundo de las cosas». Alude a la estructura política de la antigua Grecia en la que los hombres deciden (lo aparentemente importante) y las mujeres cuidan (lo realmente importante). Viaja hasta el siglo XVII (racionalismo moderno) y nos resalta el enfoque de Descartes: «el cuerpo solo es el contenedor que alberga lo que confiere la condición humana: la razón». Todo este recorrido para finalmente afirmar que actualmente tenemos «una noción de individuo autónomo, descorporeizado y desterritorializado».

Siguiendo con el argumentario del párrafo anterior, Yayo Herrero reflexiona en torno a las propuestas de Newton. A su «descubrimiento» sobre el carácter mecánico y previsible de la naturaleza, en el que todo puede describirse en términos matemáticos: «para Newton, el universo era un reloj , y Dios, el gran relojero». La ciencia newtoniana «demostraba» que la naturaleza era sumisa autónoma. Todo se explica a través de leyes sencillas y matematizables.

«Todo ser vivo que no era razón era naturaleza. Lo que no era sujeto racional era objeto. Los animales, que no poseían alma ni razón, eran objeto y naturaleza. Aquellas personas a las que se les suponía ausencia de razón -las mujeres- y la otredad «descubierta» en los territorios descolonizados eran también naturaleza y objeto». YAYO HERRERO

En la filosofía mecanicista, respaldada por el planteamiento newtoniano, todo se reduce a una nueva metáfora: la máquina. En todo este planteamiento, hoy aceptado y considerado «normal», a la naturaleza y a los seres humanos menos valiosos se les otorga el valor de ser útiles al progreso. Es decir, el enfoque mecanicista legitima la manipulación y explotación de la naturaleza y los cuerpos, lo que parece resultar funcional para el «capitalismo mercantil».

Yayo también dedica unos párrafos a Francis Bacon (padre del empirismo del siglo XVII). Una de las afirmaciones de Bacon es: «La naturaleza debe ser obligada a servir y convertirse en esclava, puesta en coacción y moldeada por las artes mecánicas. Los buscadores y espías de la naturaleza deben describir sus planes secretos». Yayo emplea una afirmación de Adorno y Horkheimer (2007) y escribe: «La racionalidad occidental es puramente instrumental» y la respalda afirmando que «No se pretende conocer el mundo, sino explorarlo y controlarlo» (página 71).

Razonamientos más recientes (Einstein, Heisenberg, Godel...) desmontan el pensamiento mecanicista y evidencian el error de intentar organizar los vivo con la lógica de las cosas muertas, pero:

«Paradójicamente, la idea de progreso sigue ligada a las de dominio, superación de límites e instrumentalidad de lo vivo. La mayor parte de la ciudadanía no se siente ecodependiente y considera que la ciencia y la técnica serán capaces de resolver cualquier problema, incluso los que ella misma crea. En general, se profesa un optimismo tecnológico que hace creer, acríticamente, que algo se inventará para sustituir los materiales, los recursos energéticos que son velozmente degradados en el metabolismo económico, o para restablecer la biocapacidad del planeta, actualmente ya sobrepasa». YAYO HERRERO (página 73)

Yayo resalta el analfabetismo ecológico de la sociedad actual: «... una buena parte de la sociedad y muchas de sus instituciones continúan pensando que un río es una tubería de agua y los animales son fábricas de proteínas y grasa. Y lamentablemente siguen pensando que la vida se mantiene sola y que las tareas realizadas dentro de los hogares, a pesar de ser imprescindibles para mantener la vida, no son trabajo y tienen un valor escaso».


Una economía que se contrapone a la sostenibilidad de la vida.

En este apartado, la autora nos relata que, hasta la llegada de la Revolución industrial, los seres humanos aseguramos nuestra sostenibilidad imitando el funcionamiento de la biosfera, de forma que los ritmos de nuestra vida estaban marcados por los ciclos de la naturaleza. La utilización de la energía de origen fósil posibilitó la extensión del transporte horizontal por todo el planeta e inició una espiral de crecimiento que ha configurado la sociedad actual. Este crecimiento masivo ha conducido a un deterioro del patrimonio natural que nos ha llevado a un extremo globalmente inviable (aquí añado una anotación que Bárbara escribe, en lápiz, en el propio libro: «Planeta finito»).

El enfoque mecanicista y utilitario ha producido una transformación social y cultural enorme. Entre esta transformación podemos identificar la reducción del concepto «valor» al de «precio». ¿Cuánto vale el ciclo del agua o el trabajo del hogar? ¡Las funciones o tareas que no tiene valor monetario son actualmente invisibles para la economía! Este reduccionismo provoca que confundamos la producción con la extracción: ¡los minerales no se producen; los minerales se extraen! La cuestión es: ¿hasta qué punto se pueden extraer? (recuerdo la anotación de Bárbara: «Planeta finito»).

El hecho de solo mirar la dimensión que crea valor en el mercado ha provocado la independencia de la producción respecto a la materialidad de la tierra y las necesidades humanas. Parece que: ¡mientras se genere beneficio económico, todo vale!

«... el peligroso concepto de progreso que convierte a las personas en admiradoras de una civilización que la destruye». YAYO HERRERO (página 79)

Puede pensarse que el dinero está por encima de todo, incluso del agua, la vivienda, la luz, los alimentos, los cuidados, los derechos laborales... ¿Todo puede ser sacrificado para que crezca el dinero y la economía?

«Desde esta perspectiva [capitalismo], lo que se ha llamado DESARROLLO se transforma en explotación de seres vivos, también humanos, y deterioro ecológico». YAYO HERRERO (página 81)

Yayo nos recuerda que lo que socialmente se valora es aquello que es evidente en el mercado y genera «valor» económico. Por otro lado, evidencia que existen tareas, usualmente feminizadas, que no generan «valor» económico, y por tanto, no son valoradas. Ahora bien, estas tareas (la crianza, la atención de la vejez, la promoción de la salud...) son las que más impacto tienen sobre la vida. Yayo cita a María Mies quien propone reformular el concepto de trabajo definiéndolo como «tareas dedicadas a la producción de vida».


Para concluir

El necesario enfoque de colocar la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las personas como objetivo social y de progreso económico, requiere un grandísimo cambio de perspectiva. Este enfoque nos produce, a la mayoría de las personas, una impactante disonancia cognitiva. Ignorarlo y mirar hacía otro lado nos hace un daño del que no somos conscientes.

Es necesario promover la reflexión, el debate y la crítica a la visión actual del trabajo, la producción y el crecimiento económico desenfrenado. 


Feliz miércoles.

Raül

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